La Patata Tórrida


¿PUEDE HABER EN EL MUNDO ALGO MÁS DESPRECIABLE QUE LA ELOCUENCIA DE UN HOMBRE QUE NO DICE LA VERDAD?
Thomas Carlyle


Arriendo Departamentos en Valparaiso

martes, 4 de septiembre de 2012

EL ARTE DE ESCRIBIR NOVELA


Sobre la falsedad y verdad de un enfoque literario

Gonzalo Ríos Araneda


Hace algunos años tuve la oportunidad de cruzar opiniones con un escritor frustrado que pasó toda su vida anhelando ver editadas sus novelas, y de sentirse orgulloso de mirar su nombre escrito con letras de molde en las principales vitrinas literarias del mundo. Aunque este amigo mío era un hombre muy rico, su desafío fue siempre publicar por sus méritos y no por su dinero, decisión que lo fue despojando de posibilidades a medida que pasaba el tiempo y se iba poniendo viejo. Su encomiable posición ética, la revalidó constantemente, mientras devoraba cuanta publicación, historia o testimonio le diera luces para romper ese muro infranqueable del fracaso. Así, un día cualquiera cayó en sus manos un librito donde un señor sostenía, sin ambages, que escribir novelas era lo más fácil del mundo, y que bastaba con tener la voluntad de escribirlas. Sus teorías las había vertido en un pomposo ensayo -muy difundido-, que, sin ir más lejos, lo convirtió en un hombre rico, quizá más rico que mi amigo, y todo gracias a la proverbial sandez de los incautos que están dispuestos a dejarse engañar con tal de tener al éxito como amante. El famoso texto dejó a nuestro hombre más deprimido que de costumbre y con las mismas dudas, puesto que sin saber interpretar nunca donde yacía la debilidad de sus presunciones literarias, abandonó su lectura y odió la pedantería más que nunca.

Ante la situación descrita, y convencido de que mi primera obligación era sacar de su depresión a mi amigo, procedí a calmarlo con una buena conversación, lo que me pareció en ese momento una adecuada estrategia distractiva. Entre otros recursos le conté la historia del escritor narcisista que saludándose en la calle con un conocido al que no había visto en mucho tiempo, le dijo a éste después de un rato: “Perdona, ya hemos hablado bastante de mí, es hora de que sepamos algo de ti ¿ya leíste mi último libro?” Para sorpresa mía, y contrariando mis expectativas, él ni siquiera se dignó a esbozar una miserable sonrisa; al revés, me pareció que se sintió perfectamente representado en la víctima de tan singular diálogo. Después de este incidente, y algunos meses más tarde, mi amigo murió; y yo, a partir de ese día, me hice el deber de abrirle los ojos a las nuevas generaciones de aprendices de escritores, por lo que me propuse descubrir las debilidades del discurso del falsario, que seguía vendiendo su ganga como verdadero best seller (que escribir novelas es lo más fácil que hay), y así dar libre curso a la demostración que me propongo formular aquí. Que escribir novela es un acto de mansedumbre ante el dolor y de gobierno responsable de la experiencia personal.

Entonces, premunido del mismo prurito literario del lector o lectora que me regala con su atención, y convencido como estoy de que confrontar mis puntos de vista con aquel mistificador, sería un gesto altamente beneficioso para la cabal comprensión del problema; y deseoso de demostrar la ruindad de aquel autor, acometí cual lancero de la Mancha, contra los argumentos esgrimidos en su famosa probatura.

Bien, en ésta, él hace un raciocinio escalonado para demostrar cuán fácil es escribir una novela; y en el mismo tono que hubiese empleado Sócrates en una situación semejante, deduce, de un acierto preconcebido, una consecuencia que da como cierta. Así, afirma que, para escribir una novela, hay que tener una buena historia, lo que de cierto, es de Perogrullo. Sin embargo, bajando un escalón, afirma que para tener una idea interesante hay que tener imaginación. Otra perogrullada, si aceptamos que la imaginación es condición sine qua non para inventar historias. En seguida, bajando un nuevo peldaño, sostiene que, para tener imaginación hay que tener experiencia. Deduzco que se refiere a que hay que conocer bien de lo que se está hablando, pero allí la imaginación tiene poco o nada que ver, porque ella es un atributo que está libre de impuestos: Julio Verne no viajó a nuestro satélite natural ni se codeó con astronautas para escribir Un Viaje a la Luna; el Dante tampoco tuvo que bajar al infierno, o pernoctar en el purgatorio para escribir La Divina Comedia.

Por último, y como corolario de sus divagaciones, este hombre asegura que para tener experiencia, hay que haber vivido bastante; y que para vivir bastante, se necesita dinero. ¡Vaya! ¿Qué habrá pensado mi amigo fallecido al leer estas líneas? Como el lector o lectora avisados podrán sospechar, no puedo estar más en desacuerdo con su autor, porque tener dinero no le asegura a un hombre alcanzar la sabiduría que da la vida misma, vivida en plenitud, con sus altibajos, sus alegrías y sus penas. A lo más, el dinero alcanzará para adquirir conocimiento, nunca experiencia vital; porque ésta se logra mordiendo el polvo, palpando la miseria, llorando de amor o por la pérdida de un ser querido. Con dinero no se compra la inmortalidad. Y si nos detenemos a pensar que, entre los hombres ricos de las sociedades modernas es difícil encontrar un escritor, un soñador o un poeta, pronto caeremos en la cuenta de que no hay mejor escuela para un artista que el dolor y la escasez. Amén.